Hacer pellas para quedarse en casa jugando a videojuegos solía un (justo) motivo de castigo para muchos jóvenes que crecieron en la década de los 90 y los 2000. El hecho de que fuera el padre del chaval quien invierta cinco millones de pesetas en un ordenador y periféricos y anime a su hijo a quedarse en casa jugando al ordenador 10 horas al día se consideraría un absoluto delirio. Un mundo al revés que levantaría la libre en los servicios sociales.
