De un día para otro, un niño feliz y sonriente se convierte en un preadolescente callado y guerrero, que critica por sistema las decisiones paternas y se pasa las horas encerrado en su habitación. Suele ocurrir en torno a los 11 años, cuando comienza la preadolescencia, y supone uno de mayores retos para madres y padres.
